Hijos de sangre y hueso es un libro lleno de magia, con una ambientación muy trabajada a la hora de plasmar todo lo que rodea a los personajes. La narración se desarrolla en primera persona a través de tres de ellos: Zélie, Amari e Inan, ofreciéndonos, cada uno, un punto de vista diferente. Poco a poco estos personajes van desengranando sus intenciones, pensamientos y emociones, a veces contradictorias, forjados por un pasado trágico, para así conseguir que nosotros, como lectores, podamos entenderlos y tratar de no juzgar desde una versión única de los hechos, guiándonos hacia una mejor comprensión de sus pensamientos y acciones. Compresión que, como los personajes, vamos a ir desarrollando según avanza su relato, para construir una realidad más amplia y abierta. Y es que la intención final que la autora quiere transmitir con este libro no es otra que construir una metáfora, a través de una ficción de narrativa fantástica, que nos haga empatizar mejor con el dolor que, aún hoy, siguen sufriendo muchos afroamericanos en América y por extensión cualquier otra minoría que sufra discriminación o persecución.
Orisha hace mucho que dejo de ser una tierra de magia. El rey que ahora la gobierna la erradicó por completo en una cruel matanza motivada por la venganza: mandó ejecutar a todos los portadores para así evitar la caída de sus seres queridos. Pero los maji, descendientes de magos, no olvidan. Zélie marcada por el sufrimiento de la perdida de su madre, luchará junto con su hermano Tzain y Amari, la princesa fugitiva, para que la magia regrese a Orisha. Como si de una profecía se tratase ellos serán un destello de esperanza en una época plagada de oscuridad e injusticia.
